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La cronología relativa y otros conceptos filológicos

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Actualizado el 14 de febrero de 2016.

A raíz de mi entrada anterior en la que explicaba las razones por las que «setiembre» y «otubre» eran las formas patrimoniales, es decir, las que habían sufrido las evoluciones propias del español (igual que «siete» < septem y «luto» < luctum), más de un lector se turbó ante la posibilidad de que nuestra lengua continuara corrompiéndose y diera lugar a formas que siguieran estas mismas simplificaciones como *«atitud», *«retor», *«retil», *«Egito»…

Por ello me gustaría hablar hoy de la cronología relativa y otros conceptos relacionados con la evolución de las lenguas, tema apasionante del que hay muy poca información por internet. El tema es complejo, así que intentaremos simplificar.

La cronología relativa para dummies

La cronología relativa establece el orden (no el periodo exacto) de los cambios que sufre una lengua, sobre todo a nivel fonético. Estos cambios empiezan en un determinado momento y afectan por lo general a todas las palabras de una lengua que cumplen los requisitos para ese cambio; una vez que un proceso ha actuado todo lo que ha podido, desaparece y cualquier palabra nueva (por préstamo de otra lengua, por composición, etc.) que aparezca tras la extinción del proceso no sufre ese cambio que sí afectó a las palabras que ya estaban ahí antes del comienzo del proceso.

Ejemplo desde el latín arcaico al latín clásico

Por ejemplo, en latín arcaico toda [s] intervocálica se convirtió en [ɾ]: Papisius > Papirius (nombre propio); esam > eram ‘(yo) era’ (cf. est ‘es’); iuse > iure ‘derecho, justicia’ (cf. iustitia); en los paréntesis se dan formas con la misma raíz en las que las condiciones (que [s] ocurra entre dos vocales) no se dan, por lo que la regla no afecta. Este proceso se consumó antes del siglo IV a. C., por lo que cualquier palabra que se tomara prestada, se creara o se formara más tarde, no se vería afectada por esta regla: rosa, asinus, etc.

Ejemplo desde el latín al portugués

Otro ejemplo: en la evolución del latín al portugués, se perdieron la [l] y la [n] intervocálicas; así, lunam ‘luna’ da lua y dolorem ‘dolor’ da dor (previo paso por *door). Pero cualquier palabra que se tome ahora de cualquier idioma, como la regla ya ha dejado de actuar, conserva la [l] y la [n] intervocálicas: banana, alarmar.



Los procesos, que suelen actuar durante años e incluso siglos, pueden ocurrir al mismo tiempo, solaparse o ir unos detrás de otros. En cualquier caso, cuando un proceso comienza, toma la palabra tal y como la dejaron los procesos anteriores, por lo que es relevante saber cuál es el orden (no tanto el momento exacto: de ahí que hablemos de cronología relativa) en que los procesos ocurren, ya que, en este caso, el orden de los factores sí altera el producto.

Creo que se verá bien con un ejemplo desde el latín al español.

Ejemplo desde el latín al español

Casi cualquier alumno de Latín de instituto sabe lo básico sobre la evolución de los étimos latinos hasta las palabras españolas. Explicaremos un par de reglas para poder trabajar sobre los ejemplos que veremos:

  • Las vocales átonas en sílaba interna (no inicial ni final) de palabra se suelen perder, como en stabulum [ˈstabulum] > «establo».
  • Las oclusivas sordas entre vocales se sonorizan ([p, t, k] > [b, d, g]), como en vitam > «vida».

Si aplicamos las reglas en el orden en que las hemos expuesto, obtendríamos que veritatem [weriˈtatem] evolucionaría al español *«vertad»: veritate(m) > *ver(i)tate > *vertad(e) > *«vertad». Como primero hemos aplicado la regla de las vocales internas que se pierden, obtenemos *vertade, de modo que la primera [t] ya no está entre dos vocales, por lo que no reúne el requisito (estar entre dos vocales) para poder pasar a [d]. Esta cronología relativa es, pues, incorrecta.



Si el resultado de veritatem es el español «verdad», eso (y otros miles de ejemplos) nos da a entender que el orden es el contrario, es decir, que primero ocurrió el proceso de sonorización [t] > [d] y luego ocurrió la pérdida de la vocal átona: veritate(m) > *ver(i)dade > verdad(e) > «verdad». (Por cierto, que esto demostraría que una tercera regla, que la [e] se pierde a final de palabra tras consonante dental, ocurre en último lugar, pues si hubiera ocurrido antes de la sonorización [t] > [d] habríamos obtenido *veritat(e) > *ver(i)dat > *«verdat».)

¿Y ahora qué?

Más de uno podría pensar que la lengua, con la alfabetización actual, está ya libre de cambios, al menos a nivel fonético-fonológico. Lo cierto es que los cambios lingüísticos ocurren sin que nosotros nos demos cuenta, y ahora mismo hay procesos actuando. Posiblemente la mayoría de hablantes no se dará cuenta a lo largo de su vida, pero, cuando pasen los siglos, los estudiosos podrán comparar el estado actual de la lengua con el de su tiempo. Creo que el lector sabrá relacionar lo dicho hasta ahora con —salvando las distancias— lo que decía Darwin en El origen de las especies, XV:

No puede afirmarse que los seres orgánicos en estado natural no estén sometidos a alguna variación; no puede probarse que la intensidad de la variación en el transcurso de largos períodos sea una cantidad limitada . . . Pero la causa principal de nuestra repugnancia natural a admitir que una especie ha dado nacimiento a otra distinta es que siempre somos tardos en admitir grandes cambios cuyos grados no vemos . . . La mente no puede abarcar toda la significación ni siquiera de la expresión un millón de años; no puede sumar y percibir todo el resultado de muchas pequeñas variaciones acumuladas durante un número casi infinito de generaciones.

Por dar un ejemplo, actualmente se está perdiendo, y cada vez más, la d intervocálica en sílaba final. El ejemplo más claro es el de los participios de la 1.ª conjugación: «amado» tiende a pronunciarse [aˈmao], y esta pérdida ya está extendida por gran parte de España e Hispanoamérica y no se considera especialmente vulgar. También están los participios de las otras conjugaciones: «comido» [coˈmio] y «salido» [saˈlio], pronunciaciones aún bastante estigmatizadas pero igualmente frecuentes en el habla coloquial. Lo mismo pasa con palabras como «dedo» [ˈdeo] y «nada» [ˈnaa] > [na].

Es posible que actualmente la lengua sí sea más resistente a los cambios por la influencia de la ortografía, ya que la alfabetización actual está cercana al 100 %, pero aun así no se libra de los cambios.

Javier Álvarez


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